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    El siguiente punteo es provisional, perfectible. Pero habla de vos, de mí y de nosotros y los otros

    A vuelo de pájaro, la primera buena noticia para el gobernador Leandro Zdero respecto a la crisis que atraviesa la provincia es que los sectores más golpeados por el doble ajuste nacional/provincial están desmovilizados, y la sociedad en su conjunto, extraviada. La dirigencia del campo popular peronista/progresista no es ajena a esa confusión.

    La crisis no es sólo económica y no es sólo moral: es de representación. Como sociedad nunca nos repusimos del estallido del 2001, y la dirigencia tampoco. Sería injusto hablar de una continuidad macroeconómica entre Néstor y Macri, por ejemplo, aunque muchos de los problemas que tuvieron que enfrentar eran los mismos: la restricción externa, por ejemplo. Las soluciones, en cambio, fueron divergentes.

    Pero quiero meterme en una cuestión que es de fondo, primero porque en este punto todos ellos obraron igual, y segundo porque estamos, de nuevo, en medio de una crisis social sin techo y muy cerca del estallido propiamente dicho.

    Grabois dice que los pobres necesitan tierra, techo y trabajo. Tierra es desconcentración de la tierra y reforma agraria; Techo es integración urbana de los barrios populares; Trabajo es desarrollo de la economía popular. La demanda es tan simple como perturbadora. La resistencia del statu quo, de la oligarquía -terrateniente y urbana, de abolengo y aspiracional- es total.

    Pero “las tres T” no son un invento de Grabois, son transversales a distintos movimientos humanistas e integran plataformas políticas. En la encíclica Fratelli tutti, el papa Francisco la reclama para un “desarrollo humano integral, que implica superar esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos”. Son los principios tradicionales de la Doctrina Social de la Iglesia.

    Guillermo Moreno hasta bautizó así a su alianza partidaria: “Principios y Valores- Tierra, Techo y Trabajo”, y el Frente de Todos -que tuvo a Grabois como precandidato en las PASO de 2023- formó coaliciones de Tierra, Techo y Trabajo con el PC, el Movimiento Evita, el PTP-PCR, entre otros. Incluso Scioli, en la campaña presidencial de 2015, propuso “no ir para atrás” y lanzó su propia versión de Techo, Tierra y Trabajo.

    La dirigencia se sacó fotos con el Papa pero encontró más conveniente trabajar con los pobres desde el asistencialismo: Tierra es la mensura de un predio ocupado entre denuncias de usurpación y represión policial; Techo son cinco viviendas desparramadas construidas por alguna empresa amiga del gobierno; Trabajo son bolsones de mercadería, becas, planes sociales y programas de reconversión que nadie se tomó nunca en serio (nada que ver con el salario universal que promueve Francisco).

    Del “piquete y cacerola, la lucha es una sola” pasamos al “protocolo Garré” -que en Chaco se convirtió en ley en 2015- y al “protocolo Bullrich” del año siguiente, fórmulas contrarias para encarar el mismo problema de la pobreza que se expandía mientras se expandían paralelamente los planes sociales sin que nadie observara la incoherencia ni se preocupara por cambiar de rumbo.

    Era imposible que no hubiera un punto de quiebre. Hace justo un año tocamos fondo y pasamos a pedir cárcel y castigo al “clan Sena” y a exigir la aniquilación del movimiento piquetero, pero el caso Cecilia fue sólo la última gota, el “terminus ante quem”, además de un grotesco, un sumidero de contradicciones. Las tensiones venían de hacía rato: todo el éxito político del exvicegobernador Juan Carlos Bacileff Ivanoff se explica por su discurso anti-piquetero. Es evidente que no la vieron venir.

    Aquí aparece clarita la disociación entre praxis política y realidad. Tras más de dos décadas dando vueltas en círculos, mientras nuestra democracia se perfeccionaba cada dos años, elección tras elección, entre el garantismo y el punitivismo según el humor del electorado, lo que quedó en materia social fue un campo minado.

    La sociedad que votó a Zdero compró esa caracterización del problema de los movimientos sociales que ni Néstor ni Cristina ni Macri ni Alberto Fernández (ni Coqui Capitanich) habían querido, sabido o podido resolver, seguramente porque era más fácil negociar con los “gerentes de la pobreza” que consagrar derechos constitucionales que empoderasen a los crotos o, peor aún, desarrollar verdaderas políticas de Estado para dejar de morderse la cola, pero la “solución” de Zdero fue la mano dura, seca, implacable. Por eso va a fracasar igual que quienes lo precedieron. “El Chaco es chato”, diría Carlos Carossini. “Es tan Chaco que duele”, diría La Faraona.

    El problema sigue siendo el mismo que en 2001, y la solución sigue estando vedada al político tradicional. Nadie quiere decir esta boca es mía en un país dividido. Buscan el punto medio para juntar votos, meter diputados, ganar territorio y que no les rompan las pelotas. Mientras algunos compañeros y compañeras se preguntan por qué ganó Milei y llaman “libervirgos” a sus votantes, otros se acercan disimuladamente a sus representantes comerciales atentos a un cambio de aires que parece irreversible. Porque los argentinos además de solidarios somos ventajeros.

    Ya vimos que Javier Milei encontró la salida por arriba del laberinto: la culpa es de la casta. Los cagó a todos. Como digo: nunca nos recuperamos del estallido del 2001. Milei sí la vio y respondió al pedido largamente postergado de “que se vayan todos”, pero al presentarse como un profeta y aspirar al ejercicio tiránico del poder -de forma tal que nadie más pueda ostentar el título de anticasta- se puso fecha de vencimiento: “Après moi, le déluge” (“después de mí, el diluvio”). Milei es héroe y mártir de su propia revolución. La proverbial embestida contra la casta se agota en sí misma.

    Salvo que el candidato sea el Dibu Martínez, un Brigadier General o un capellán, difícilmente haya un eslogan análogo para enfrentar al excéntrico libertario. Entonces, ¿sobre qué base el campo nacional y popular debería ordenarse? Por lo pronto la agenda la vienen marcando otros outsiders: Grabois y Moreno, éxitos televisivos igual que Santiago Cuneo, que pide reformar la Constitución e ir hacia una democracia confederal. Los discursos de moda tras la emergencia de Milei son todos subversivos.

    En mi opinión, hay que volver a la doctrina del peronismo. Su concepción de Justicia Social, base ideológica y filosófica del Justicialismo, la de la comunidad organizada, es la de “las tres T”. Si la política formal, burocratizada y oligarca, la abandonó, habrá que corregirlo. Hasta por una cuestión de supervivencia de la casta, porque, repito, se viene el estallido.

    La pregunta es ¿con qué intérpretes? Perón enseñaba que la doctrina tiene que ser inculcada y estar unificada en la masa, algo que está lejos de verificarse, y que la conducción debe estar capacitada, lo que está aún más lejos. El camino es sinuoso y cuesta arriba, pero inevitable.

    La buena noticia -no para Zdero y Milei sino para el campo popular- también se oculta en otra bonita explicación del General porque, creo, estamos frente a un momento histórico en el que se alinean los intereses del pueblo y los de los hombres y mujeres de bien que quieren representarlo: “La conducción es un arte de ejecución simple: acierta el que gana y desacierta el que pierde. Y no hay otra cosa que hacer. La suprema elocuencia de la conducción está en que si es buena, resulta, y si es mala, no resulta. Juzgamos todo empíricamente por sus resultados. Todas las demás consideraciones son macanas”.

     

    CM

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